lunes, 12 de noviembre de 2012

La playa de la Patagonia

Bailaba en mi cabeza, y paseábamos bajo el Sol. Fueron tantas las veces que reí a su lado, y las veces que lloré sin él.. Ahora, esos días naufragaron de mi memoria, pero aún le veo en las mañanas lluviosas como ésta. Tan inseguro y fugaz como una cometa que se engancha a las ramas de un árbol imposible, y allí estaba, visible, inalcanzable ya de las sudorosas manos, se agitaba y parecía casi volar con el aire caliente y sofocante de aquellos días tan borrosos y tan ausentes del que era mi calendario... Pero NO. Yo le odio, y quiero que vosotros también lo hagáis. Detesto incluso que lo imaginéis, como le recuerdo yo. Sentado y mágico en la playa, buscando con sus finos dedos las estrellas escondidas, contándome historias sobre Rusia, aventuras y guerras. Cómo olvidar sus ojos suicidas, su boca cansada de piar, el cálido sofá sonde reposaba sus mejillas doradas... ¡Cómo le odio! Su voz metálica que me suplicaba que no me fuera, me dejó fuera, fuera de su vida tan tan mía. ¡Cuánta repulsión" Pensar que vendería mi alma al diablo, si tuviera alma o si existiera el diablo, por volver a una de aquellas mañanas saladas, ¡Cuánto le repudio! Hoy relampaguea en mi extraña vida y le deseo, le deseo suerte. Oh, ¡Cuánta mentira! Le detesto, y quisiera que le fuera todo tan mal... detesto detestarle, detesto saber que soy la única chica en la faz de la Tierra (y el de lo único de lo que estoy segura) que pasaría todo un verano en vela, oliendo en mi pelo su pelo de vainilla, martirizando a la pureza de las hojas con nuestra historia, grabando su nombre a fuego en cada cielo del papel, ¡cuánta rabia de hacerle saber su escueto nombre! de torturar a la libreta escribiendo cosas como "No te vayas" y "No me dejes". ¿Qué iba a hacer la hoja? Sino dormirse encima de la mesa mientras yo seguía tatuándole el cuerpo con reproches violetas y lágrimas de tinta.